TRANSGENICOS EN MEXICO:
CUANDO A LAS EMPRESAS LES BRILLAN
LOS OJOS
Alimentarse implica voluntad, capacidad
de decisión, cada individuo y cada colectividad aplican conscientemente
criterios para discriminar entre las distintas acciones que se involucran en las
prácticas de la alimentación…Cuando el ser humano se alimenta no solo satisface
su hambre, está haciendo cultura en general y cultura alimentaria en
particular…
Hilda
Irene Cota, La Jornada Ecológica
Fuente: www.librered.net
A
veintiún años del primer experimento de manipulación biotecnológica de una especie
vegetal, aquel legendario tomate sigue engendrando misterios, posturas,
disertaciones y presagios que curiosamente se diversifican – aunque
irónicamente muchas de las opiniones se dan en torno al peligro que representan
estos experimentos para la biodiversidad- y mutan hacia lo esperanzador o lo
catastrófico.
Sin
duda, la manipulación de una energía, de una información y sobre todo de una
tecnología, hasta hace unos años intrincada y solo accesible desde la
contemplación y la conjetura científica, ha abierto una caja de pandora
que no tiene que ser, por si misma, apocalíptica,
pero que, al igual que sucedió en su momento –y sigue ocurriendo- con temas
como la energía nuclear, plantea múltiples ponderaciones acerca de su uso, su
dosificación y el peligro que implica su utilización indiscriminada.
Para el caso de la biotecnología: los
problemas que se avizoran son el desplazamiento de las especies endémicas y de
los cultivos regionales, así como el debilitamiento o vulnerabilidad inducida
de cultivos ancestrales que se han defendido con medios propios y con prácticas
tradicionales que, de desarrollarse una estandarización alrededor del hecho
transgénico, podrían significar una perdida no solo biológica sino cultural
considerable.
Con
el argumento de que para el 2020 la humanidad necesita producir 40% más
alimentos, hay actores, que defienden a “capa
y espada” los cultivos manipulados en aras de una seguridad alimentaria sin
considerar a mediano y largo plazo los riesgos y costos que esto implicaría,
sin embargo, resulta impensable establecer “políticas alimentarias” por
llamarles de alguna manera… sin tomar en cuenta la bioseguridad.
Todo
lo anterior sin contemplar los factores de producción y de repercusión
económica social que implica un cambio tan profundo en las formas, los usos y
las costumbres entre los grupos dedicados por generaciones al campo.
Resulta
ingenuo y raya en lo obtuso no considerar que estamos frente a un cambio que
rebasa las ponderaciones acerca de lo dañino o no, que pueden resultar dichos
cultivos; no estamos hablando de una herramienta o una técnica que se suma de
manera simple al panorama agrícola, hablamos de una manera de cultivar que
promueve la descampesinización del agro al dejar fuera de la acción a millones
de familias que no tendrán acceso a esta tecnología cayendo en un estado más
profundo de dependencia y servidumbre ante la probable estandarización de las
especies, los derechos reservados de algunas fórmulas y demás accesorios,
substancias y métodos que seguramente están y estarán en manos de unas cuantas
compañías.
Como
comunicadora interesada en el ambiente y en una relación no solo sana
fisiológica y planetariamente hablando, sino convencida de que no podrá haber
una relación sustentable con el campo si las relaciones éntre los grupos
humanos siguen siendo subyugantes y degradantes a lo menos; creo que la primera
obligación que tenemos los que gozamos de la oportunidad de divulgar los
avances científicos, es la de advertir acerca de ciertos panoramas que estos
pudieran desencadenar si se ponen al servicio de estructuras que empobrezcan el
acervo cultural de la humanidad y terminen maniatando a futuras generaciones.
De
tal suerte, que me resulta oportuno citar un ejemplo mediatico inmediato, en
referencia al reciente informe que realizo ante el Congreso del Estado de
Veracruz, el Secretario de Desarrollo Agropecuario, Manuel Martínez de Leo; una
declaración que por si misma resulta ligera y arcaica, sobre todo cuando
comienza por hacer planteamientos alrededor de la culpa y no de la
responsabilidad, pero que termina siendo mayormente preocupante cuando sabemos
de quién viene...
“Los problemas por los que hoy día atraviesa
el campo son culpa de los campesinos, quienes continúan con prácticas
ancestrales y esperan a que dios y San Pedro les manden el agua ante la
negativa de aceptar sembrar lo que les convienen y no lo que desean… Yo hasta
el momento no he visto a una vaca o a un cerdo le brillen los ojos en la noche
por comer maíz transgénico” Manuel
Martínez de Leo, Secretario de
Desarrollo Agropecuario del Gobierno de Veracruz
Desde
cualquier punto de vista la biodiversidad y el respeto a la riqueza ancestral
de las formas de subsistencia en nada se contraponen a la conveniencia de los
avances científicos, pero la utilización consiente de estos y la clarificación
de los panoramas que pueden plantear dichas decisiones siempre colaborarán con,
escenarios más igualitarios y equitativos, un totalitarismo alimentario, aun
esgrimiendo argumentos de suficiencia alimentaria, siempre estará más cerca de
la existencia miserable que del descubrimiento esperanzador.
Como
referencia, el frívolo comentario de este funcionario, responsable de las
políticas públicas agropecuarias resulta prescindible, sobre todo si
consideramos que países como Japón que importan casi todo lo que consumen, prohíben
estrictos la siembre de arroz y trigo transgénico en sus tierras de cultivo.
En
contraste, en nuestro país, los Gobiernos han permitido la experimentación de
siembras transgénicas a cielo abierto a transnacionales alimentarias como
Montsanto. Lo ha hecho justo en le tierra de origen de todas las variedades de
maíz.
De
acuerdo a especialistas, los tránsgenicos producen impactos inesperados e
irreversibles en el ambiente. La contaminación genética de especies nativas o
silvestres es uno de ellos.
Como
cuna del maíz, los maíces endémicos de México corren el serio peligro de ser
contaminados.
En
México se ha sacrificado y desmantelado la capacidad de producción agropecuaria
y ahora los Gobiernos pretenden además aumentar la dependencia de las
transnacionales agrícolas. En este sentido, no extraña la postura del Gobierno
de Veracruz, de tratar de insuflar la idea de la conveniencia de llenar al
estado con café robusta y transgénico para garantizar el abasto para los
engendros solubles de Nestlé y arruinar con ello el potencial del café de
altura como generador de riqueza y exportaciones.
Hay
que considerar además, que la siembra de cultivos transgénicos provoca
homogeneización y erosión genética. Estos aspectos biológicos inciden negativamente
en las capacidades productivas de los campesinos.
Existen
investigaciones que argumentan que los cultivos transgénicos profundizan la
inseguridad alimentaria al impedir la pervivencia de los pequeños productores
agrarios y pone en riesgo la diversidad genética de cultivos alimentarios
importantes.
Queda
en prenda pues, analizar el aspecto regulatorio como medida urgente e
indispensable y que incluya a todos los actores involucrados.
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